miércoles, 5 de febrero de 2020

Papa Francisco condena la idolatría del dinero, la codicia y la especulación


El Papa Francisco condenó la “idolatría del dinero, la codicia y la especulación”, al reunirse con los participantes de la iniciativa “Nuevas formas de fraternidad solidaria, de inclusión, integración e innovación” realizado en la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales.

En su discurso pronunciado este 5 de febrero en la Casina Pio IV del Vaticano, el Pontífice pidió a los participantes “construir puentes, puentes que favorezcan el desarrollo de una mirada solidaria desde los bancos, las finanzas, los gobiernos y las decisiones económicas”.
El Papa alertó sobre los “cientos de millones de personas que están sumidas en la pobreza extrema y carecen de alimentos, vivienda, atención médica, escuelas, electricidad, agua potable y servicios de saneamiento adecuados e indispensables”, y añadió que “se calcula que aproximadamente cinco millones de niños menores de 5 años este año morirán a causa de la pobreza. Otros 260 millones de niños carecerán de educación debido a falta de recursos, debido las guerras y las migraciones. Esto en un mundo rico ¿eh?”.
“Esta situación ha propiciado que millones de personas sean víctimas de la trata y de las nuevas formas de esclavitud, como el trabajo forzado, la prostitución y el tráfico de órganos. No cuentan con ningún derecho y garantías; ni siquiera pueden disfrutar de la amistad o de la familia. Estas realidades no deben ser motivo de desesperación, no, sino de acción. Son realidades que nos mueven a que hagamos algo”, advirtió el Papa.
Francisco dijo que el principal mensaje de esperanza es que “se trata de problemas solucionables y no de ausencia de recursos”, porque “no existe un determinismo que nos condene a la inequidad universal”.
En esta línea, el Pontífice explicó que a esta “globalización de la indiferencia” San Juan Pablo II la llamó “estructuras de pecado”. “Tales estructuras encuentran una atmósfera propicia para su expansión cada vez que el bien común viene reducido o limitado a determinados sectores o, en el caso que nos convoca, cuando la economía y las finanzas se vuelven un fin en sí mismas”, señaló Francisco.
“Es la idolatría del dinero, la codicia y la especulación. Y esta realidad sumada ahora al vértigo tecnológico exponencial, que incrementa a pasos jamás vistos la velocidad de las transacciones y la posibilidad de producir ganancias concentradas sin que estén ligadas a los procesos productivos ni a la economía real. La comunicación virtual favorece este tipo de cosas”, indicó.
En este sentido, el Santo Padre animó a promover la “solidaridad y economía para la unión, no para la división, con la sana y clara conciencia de la co-responsabilidad”.
“Prácticamente de aquí es necesario afirmar que la mayor estructura de pecado o la mayor estructura de injusticia, es la misma industria de la guerra, ya que es dinero y tiempo al servicio de la división y de la muerte”, dijo el Papa, ya que “el mundo pierde cada año billones de dólares en armamentos y violencia, sumas que terminarían con la pobreza y el analfabetismo si se pudieran redirigir”.
Finalmente, el Papa solicitó una “nueva ética” que supone “que todos se comprometan a trabajar juntos para cerrar las guaridas fiscales, evitar las evasiones y el lavado de dinero que le roban a la sociedad, como también para decir a las naciones la importancia de defender la justicia y el bien común sobre los intereses de las empresas y multinacionales más poderosas (que terminan por asfixiar e impedir la producción local)”.
Al despedirse, el Santo Padre pidió que “no se olviden de rezar por mí, porque este trabajo no es nada fácil el que me toca hacer; y yo sobre ustedes invoco todas las bendiciones del Señor, sobre ustedes y su trabajo. Gracias”.
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domingo, 5 de noviembre de 2017

Papa Francisco: Los cristianos deben huir de los honores y servir a los demás

El Papa en el Ángelus. Foto: ACI Prensa


En el Ángelus del domingo, el Papa Francisco explicó que los cristianos están llamados a hacerse servidores y por tanto tienen que huir del honor y de los primeros puestos, así como rechazar la tentación de la apariencia.

Así, el Evangelio del día está ambientado ·en los últimos días de la vida de Jesús en Jerusalén; días cargados de expectativas y tensiones”, dijo el Papa. “Por un lado, Jesús dirige severas críticas a los escribas y los fariseos, y por el otro, realiza importantes entregas a los cristianos de todos los tiempos, por lo tanto también a nosotros”.
Francisco denunció que “un defecto frecuente en quienes tienen una autoridad, es exigir de los demás cosas, inclusive justas, pero que ellos no practican en primera persona”.
“Esta actitud es un mal ejercicio de la autoridad, que en cambio debería tomar su principal fuerza precisamente del buen ejemplo”.
“La autoridad nace del buen ejemplo –continuó– para ayudar a otros a practicar lo que es justo y debido, sosteniéndolos en las pruebas que se encuentran en el camino del bien. La autoridad es una ayuda, pero si se ejerce mal, se vuelve opresiva, no permite que la gente crezca y crea un clima de desconfianza y hostilidad.
El Pontífice advirtió también contra la “actitud de vivir sólo de la apariencia” y recordó que los cristianos no buscan el honor, sino la humildad.
“Los discípulos de Jesús no debemos buscar títulos de honor, de autoridad o supremacía. Yo les digo que personalmente me duele ver a personas que psicológicamente andan corriendo detrás de las honorificaciones. No debemos hacer esto porque entre nosotros debe haber una actitud fraternal. Todos somos hermanos y no debemos dominar a los demás de ninguna manera”.
En definitiva, “si hemos recibido cualidades de nuestro Padre Celestial, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no aprovecharlas para nuestra satisfacción personal”.
“No debemos considerarnos superiores a los demás; la modestia es esencial para una existencia que quiere estar conforme a las enseñanzas de Jesús, que es manso y humilde de corazón; y ha venido para servir y no ser servido”.
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viernes, 3 de noviembre de 2017

El Papa Francisco: “La muerte no tiene la última palabra”

El Papa Francisco durante la celebración de la Misa. Foto: ACI Prensa
El Papa Francisco presidió este viernes 3 de noviembre, en la Basílica de San Pedro del Vaticano, la Misa en sufragio por los Cardenales y Obispos fallecidos durante el curso del año, y afirmó que para los cristianos “la muerte no tiene la última palabra”, porque “vivimos en la esperanza de la resurrección a la vidaeterna en comunión con Cristo”.

El Santo Padre señaló que “la celebración de hoy nos pone una vez más frente a la realidad de la muerte, reavivando en nosotros el dolor por la desaparición de las personas cercanas a nosotros o que nos han hecho bien, pero la liturgia alimenta sobre todo nuestra esperanza por ellos y por nosotros mismo”.
En su homilía, el Pontífice habló del fragmento del Libro de Daniel en el que “se expresa una firme esperanza en la resurrección de los justos: ‘Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán: Unos a la vida eterna, otros a la vergüenza y a la infamia eterna’”.
“Aquellos que duermen en la región del polvo, es decir, en la tierra, son, obviamente, los muertos –explicó Francisco–, y su despertar de la muerte no implica, necesariamente, un retorno a la vida: algunos despertarán en la vida eterna, pero otros lo harán en la vergüenza eterna”.
En este sentido, indicó que “la muerte hace definitiva la encrucijada que ya está ante nosotros aquí, en este mundo, hemos seguido: la senda de la vida, es decir, aquella que nos lleva a la comunión con Dios; y la senda de la muerte, aquella que nos lleva lejos de Él”.
“Esos muchos que resucitarán a la vida eterna deben entenderse como los muchos por los cuales se ha derramado la sangre de Cristo –subrayó–. Son la multitud que, gracias a la bondad misericordiosa de Dios, puede experimentar la realidad de la vida que no pasa, la victoria completa sobre la muerte por medio de la resurrección”.
“Jesús, en el Evangelio, refuerza nuestra esperanza cuando dice: ‘Yo soy el pan vivo que baja del cielo. Quien coma de este pan vivirá para siempre’. Son palabras que se refieren al sacrificio de Cristo en la Cruz. Él aceptó la muerte para salvar a los hombres que el Padre le ha confiado y que estaban muertos en la esclavitud del pecado. Jesús se hizo nuestro hermano y compartió nuestra condición hasta la muerte; con su amor destruyó el juego de la muerte y nos abrió la puerta de la vida”.
Por ello, “al nutrirnos de su cuerpo y su sangre nos unimos a su amor fiel que lleva en sí la esperanza de la victoria definitiva del bien sobre el mal, sobre el sufrimiento y sobre la muerte. Con la fuerza de este vínculo de la caridad de Cristo, sabemos que la comunión con los difuntos no es solo un deseo o un fruto de la imaginación, sino, que se vuelve real”.
Indicó que “la fe que profesamos en la resurrección nos lleva a ser hombres de esperanza y no de desesperación, hombres de la vida y no de la muerte, porque nos consuela la promesa de la vida eterna radicada en la unión a Cristo resucitado”.
“Esta esperanza, reavivada en nosotros por la Palabra de Dios, nos ayuda a asumir una actitud de confianza frente a la muerte: de hecho, Jesús nos ha demostrado que la muerte no tiene la última palabra, sino que el amor misericordioso del padre nos transfigura y nos hace vivir la comunión eterna con Él”, concluyó.


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jueves, 2 de noviembre de 2017

Con la guerra se pierde todo!, clama el Papa Francisco en el día de los fieles difuntos

El Papa Francisco en el cementerio norteamericano de Neptuno. Foto: L'Osservatore Romano


El Papa Francisco celebró este jueves 2 de noviembre la Misa de conmemoración de todos los fieles difuntos en el Cementerio Americano de Nettuno, al sur de Roma, donde rezó por el fin de las guerras, “cuyo único fruto es la muerte”.
En el cementerio que acoge los restos de soldados estadounidenses, muchos de ellos muy jóvenes caídos durante la Segunda Guerra Mundial, el Santo Padre resaltó que “estamos aquí reunidos por la esperanza”.
“Tantos jóvenes, miles de ellos, miles, miles. ¡Sus esperanzas, rotas! ¡Nunca más, Señor! Esto debemos decirlo hoy que rezamos por todos los difuntos, y que en este lugar rezamos de forma especial por estos chicos que perdieron la vida en la guerra. Hoy que el mundo está de nuevo en guerra. ¡Nunca más, Señor! ¡Nunca más! ¡Con la guerra se pierde todo!”,
El Obispo de Roma recordó la historia de “aquella anciana que mirando hacia las ruinas de Hiroshima con sabia resignación, pero con mucho dolor, con una resignación doliente, decía: ‘Los hombres han hecho de todo para declarar y hacer la guerra, y al final se han destruido a sí mismos”.
“Esto es la guerra: la destrucción de nosotros mismos’. Seguramente, aquella mujer, aquella anciana había perdido a sus hijos, a sus sobrinos. Sólo tenía lágrimas en el corazón y llagas”.
“Hoy es un día de esperanza –insistió–, pero también es un día de lágrimas. Lágrimas como las de aquellas mujeres cuando les llegaba el correo con malas noticias: ‘Usted, señora, tiene el honor de que su marido es un héroe de la patria. Que sus hijos son héroes de la patria’. Son lágrimas que hoy la humanidad no debe olvidar. No debe olvidar el orgullo de esta humanidad que no ha aprendido la lección y parece que no quiere aprenderla”.
Francisco señaló que “muchas veces a lo largo de la historia los hombres se han embarcado en guerras convencidos de traer un mundo nuevo, de traer una nueva primavera, y terminan provocando un invierno horrible, cruel, un reino de terror y de muerte”.
El Santo Padre también animó a que “cada uno de nosotros en su corazón repita las palabras de Job que hemos escuchado en la primera lectura: ‘Sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre el polvo’. La esperanza de reencontrarse con Dios, de reencontrarnos todos nosotros como hermanos, es una esperanza que no decepciona”.
Lo dijo San Pablo: ‘la esperanza no decepciona’, “la esperanza muchas veces nace y sumerge sus raíces en muchas oraciones humanas, y es en ese momento de dolor, de llaga y de sufrimiento cuando dirigimos la mirada hacia el cielo y decimos: ‘Detente, Señor’”.
El Pontífice explicó que ese “detente, Señor” es una oración natural que surge del sufrimiento, pero también de la esperanza. “Quizás sea esa la oración que sale de todos nosotros cuando miramos a este cementerio. ‘Estoy seguro, Señor, de que estoy contigo. Estoy seguro, lo digo convencido, pero, por favor, Señor, detente, no más guerra, no más esta matanza inútil, como dijo Benedicto XV’”.
“Hoy –finalizó Francisco– rezamos por todos los difuntos, pero de modo especial por estos jóvenes. En un momento en el que tantos mueren en la guerra todos los días, en esta guerra a trozos. Rezamos también por los muertos de hoy, los muertos de guerra, también niños inocentes. Este es el fruto de la guerra: la muerte”.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

El Papa Francisco pide valentía para hacer crecer el Reino de Dios

El Papa Francisco celebra la Misa en la Casa Santa Marta. Foto: L'Osservatore Romano

Durante la Misa celebrada en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, el Papa Francisco pidió a la Iglesiavalentía para hacer crecer el Reino de Dios, servirse de la esperanza, aunque parezca pequeña, para sembrar la semilla del Espíritu Santo.

“La esperanza es la que nos da la plenitud –explicó–, la esperanza de salir de nuestra cárcel, de nuestras limitaciones, de nuestra esclavitud, de la corrupción y llegar a la gloria. El camino hacia la plenitud es un camino de esperanza, y la esperanza es un regalo del Espíritu. Es justamente el Espíritu Santo el que, dentro de nosotros, nos proporciona algo grandioso: la liberación, la gran alegría. Por eso Jesús dice: ‘Del interior de una semilla de mostaza, de ese grano pequeño, surge una fuerza que genera un crecimiento inimaginable’”.
Esa fuerza “es el Espíritu Santo que habita en nosotros y que da esperanza”. Francisco explicó que esa fuerza interior, esa esperanza “crece en nosotros no por medio del proselitismo, sino mediante la fuerza del Espíritu Santo”.
En este sentido, el Santo Padre animó a los miembros de la Iglesia a dejar que crezca esa semilla con la fuerza del Espíritu, pues “muchas veces vemos que se prefiere una pastoral de conservación en vez de dejar que crezca el Reino de Dios. Para que el Reino crezca se necesita valentía, la valentía de dejar que crezca el grano y de mezclar la levadura”.
El Pontífice animó a no tener miedo a ensuciarse las manos a la hora de sembrar la semilla del Reino de Dios. “¡Ay de aquellos que predican el Reino de Dios con la intención de no ensuciarse las manos! Esos son custodios de museos: prefieren las cosas bellas antes que el gesto de sembrar y mezclar para que la fuerza crezca”.
Ese es el mensaje de Pablo en la carta a los Romanos: “esa tensión que va de la esclavitud del pecado a la plenitud de la gloria. La esperanza es la que va adelante, la esperanza no decepciona. A veces la esperanza puede parecer pequeña, como también parece pequeño el grano del que surge un gran árbol o la levadura que hace crecer”.
“La esperanza es la virtud más humilde”, explicó el Papa, y concluyó insistiendo en la valentía necesaria para “hacer crecer el Reino de Dios”.
Evangelio comentado por el Papa Francisco:
Lucas 13:18-21
18 Decía, pues: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé?
19 Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas.»
20 Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios?
21 Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo.»

lunes, 30 de octubre de 2017

¿Cómo distinguir a un buen pastor de otro malo? El Papa Francisco da las claves

El Papa en Santa Marta. Foto: L'Osservatore Romano



El Papa Francisco asegura que un buen pastor es aquél que está junto al herido, al necesitado, como lo estuvo Jesús, y no como hacían los fariseos que solo pensaban en ellos mismos.
En la homilía que pronunció a primera hora de la mañana en la capilla de la residencia Santa Marta, comentó el Evangelio del día en el que Jesús cura a una mujer que no conseguía mantenerse derecha. “Era una enfermedad de la columna que la tenía así desde hacía años”, explicó el Papa.
“Un buen pastor siempre es cercano”, todo lo contrario que los fariseos, a quienes “quizás les importaba ellos mismos: cuándo terminaba el servicio religioso, ir a ver cuánto dinero se había obtenido de las ofrendas”.
“Por eso Jesús siempre estaba allí con la gente descartada por ese grupito clerical: allí estaban los pobres, los enfermos, los pecadores, los leprosos, pero estaban todos allí, porque Jesús tenía esta capacidad de conmoverse ante la enfermedad, era un buen pastor”.
“Un buen pastor se acerca y tiene la capacidad de conmoverse. Y yo diría que la tercera característica de un buen pastor es no avergonzarse de la carne; tocar la carne herida, como ha hecho Jesús con esta mujer: ‘tocar las manos’, tocó a leprosos, tocó a los pecadores”.
Además, un buen pastor no dice: “Sí, está bien, sí, sí, estoy contigo en el Espíritu”, porque esto es ser distante. “Lo que ha hecho Dios Padre, acercarse, por compasión, por misericordia, en la carne de su Hijo”.
“Pero los que siguen el camino del clericalismo, ¿a quiénes se acercan?”. “Se acercan siempre al poder de turno o al dinero. Y son malos pastores. Solo piensan como llegar al poder, ser amigos del poder y negocian todo o piensan en los bolsillos. Estos son los hipócritas, capaces de todo. Para esta gente no importa el pueblo. Y cuando Jesús se refiere a ellos con ese buen adjetivo que utiliza tantas veces, ‘hipócritas’, ellos se ofenden: ‘pero nosotros no, nosotros seguimos la ley’”.
“Es una gracia para el pueblo de Dios tener buenos pastores, pastores como Jesús, que no se avergüenzan de tocar la carne herida, que saben que sobre esto seremos juzgados: estuve hambriento, estuve en una cárcel, estuve enfermo. Los criterios del protocolo final son los criterios de la cercanía, los criterios de esta cercanía total, tocar, compartir la situación del pueblo de Dios”.
Francisco pidió a los fieles no olvidar que “el buen pastor está cercano siempre a la gente, siempre, como Dios nuestro Padre ha sido cercano con nosotros, en Jesucristo hecho carne”. 
Evangelio comentado por el Papa:
Lucas 13:10-17
10 Estaba un sábado enseñando en una sinagoga,
11 y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse.
12 Al verla Jesús, la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad.»
13 Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios.
14 Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado.»
15 Replicóle el Señor: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?
16 Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?»
17 Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.

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miércoles, 25 de octubre de 2017

TEXTO COMPLETO: Catequesis del Papa Francisco sobre el Paraíso


Si la semana anterior el Papa Francisco dedicó su catequesis en la Audiencia General del miércoles a la “muerte”, en esta ocasión hizo lo propio con el “Paraíso”.
El Pontífice explicó que “el paraíso no es un lugar como en las fábulas, ni mucho menos un jardín encantado. El paraíso es el abrazo con Dios, Amor infinito, y entramos gracias a Jesús, que ha muerto en la cruz por nosotros”.
A continuación, el texto completo de la catequesis:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Esta es la última catequesis sobre el tema de la esperanza cristiana, que nos ha acompañado desde el inicio de este año litúrgico. Y concluiré hablando del paraíso, como meta de nuestra esperanza.
«Paraíso» es una de las últimas palabras pronunciadas por Jesús en la cruz, dirigido al buen ladrón. Detengámonos un momento en esta escena. En la cruz, Jesús no está sólo. Junto a Él, a la derecha y a la izquierda, están dos malhechores. Tal vez, pasando delante de esas tres cruces izadas en el Gólgota, alguien exhaló un suspiro de alivio, pensando que finalmente se hacía justicia condenando a muerte a gente así.
Junto a Jesús esta también un reo confeso: uno que reconoce haber merecido aquel terrible suplicio. Lo llamamos el “buen ladrón”, el cual, oponiéndose al otro, dice: nosotros recibimos lo que hemos merecido por nuestras acciones (Cfr. Lc 23,41).
En el Calvario, ese viernes trágico y santo, Jesús llega al extremo de su encarnación, de su solidaridad con nosotros pecadores. Ahí se realiza lo que el profeta Isaías había dicho del Siervo sufriente: «fue contado entre los culpables» (53,12; Cfr. Lc 22,37).
Es ahí, en el Calvario, que Jesús tiene la última cita con un pecador, para abrirle también a él las puertas de su Reino. Esto es interesante: es la única vez que la palabra “paraíso” aparece en los evangelios. Jesús lo promete a un “pobre diablo” que en la madera de la cruz ha tenido la valentía de dirigirle el más humilde de los pedidos: «Acuérdate de mí cuando entraras en tu Reino» (Lc 23,42). No tenía obras de bien por hacer valer, no tenía nada, sino se encomienda a Jesús, que lo reconoce como inocente, bueno, así diverso de él (v. 41). Ha sido suficiente esta palabra de humilde arrepentimiento, para tocar el corazón de Jesús.
El buen ladrón nos recuerda nuestra verdadera condición ante Dios: que nosotros somos sus hijos, que Él siente compasión por nosotros, que Él se derrumba cada vez que le manifestamos la nostalgia de su amor. En las habitaciones de tantos hospitales o en las celdas de las prisiones este milagro se repite numerosas veces: no existe una persona, por cuanto haya vivido mal, al cual le quede sólo la desesperación y le sea prohibida la gracia. Ante Dios nos presentamos todos con las manos vacías, un poco como el publicano de la parábola que se había detenido a orar al final del templo (Cfr. Lc 18,13). Y cada vez que un hombre, haciendo el último examen de conciencia de su vida, descubre que las faltas superan largamente a las obras de bien, no debe desanimarse, sino confiar en la misericordia de Dios. ¡Y esto nos da esperanza, esto nos abre el corazón!
Dios es Padre, y hasta el último espera nuestro regreso. Y al hijo prodigo que ha regresado, que comienza a confesar sus culpas, el padre le cierra la boca con un abrazo (Cfr. Lc 15,20). ¡Este es Dios: así nos ama!
El paraíso no es un lugar como en las fábulas, ni mucho menos un jardín encantado. El paraíso es el abrazo con Dios, Amor infinito, y entramos gracias a Jesús, que ha muerto en la cruz por nosotros. Donde esta Jesús, hay misericordia y felicidad; sin Él existe el frio y las tinieblas. A la hora de la muerte, el cristiano repite a Jesús: “Acuérdate de mí”. Y aunque no existiese nadie que se recuerde de nosotros, Jesús está ahí, junto a nosotros. Quiere llevarnos al lugar más bello que existe. Quiere llevarnos allá con lo poco o mucho de bien que existe en nuestra vida, para que nada se pierda de lo que ya Él había redimido. Y a la casa del Padre llevará también todo lo que en nosotros tiene todavía necesidad de redención: las faltas y las equivocaciones de una entera vida. Es esta la meta de nuestra existencia: que todo se cumpla, y sea transformado en el amor.
Si creemos en esto, la muerte deja de darnos miedo, y podemos incluso esperar partir de este mundo de manera serena, con mucha confianza. Quien ha conocido a Jesús, no teme más nada. Y podremos repetir también nosotros las palabras del viejo Simeón, también él bendecido por el encuentro con Cristo, después de una entera vida consumida en la espera: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación» (Lc 2,29-30).
Y en ese instante, finalmente, no tendremos más necesidad de nada, no veremos más de manera confusa. No lloraremos más inútilmente, porque todo es pasado; incluso las profecías, también el conocimiento. Pero el amor no, es lo que queda. Porque «el amor no pasará jamás» (Cfr. 1 Cor 13,8).

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