El Papa Francisco presidió este viernes 3 de noviembre, en la Basílica de San Pedro del Vaticano, la Misa en sufragio por los Cardenales y Obispos fallecidos durante el curso del año, y afirmó que para los cristianos “la muerte no tiene la última palabra”, porque “vivimos en la esperanza de la resurrección a la vidaeterna en comunión con Cristo”.
El Santo Padre señaló que “la celebración de hoy nos pone una vez más frente a la realidad de la muerte, reavivando en nosotros el dolor por la desaparición de las personas cercanas a nosotros o que nos han hecho bien, pero la liturgia alimenta sobre todo nuestra esperanza por ellos y por nosotros mismo”.
En su homilía, el Pontífice habló del fragmento del Libro de Daniel en el que “se expresa una firme esperanza en la resurrección de los justos: ‘Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán: Unos a la vida eterna, otros a la vergüenza y a la infamia eterna’”.
“Aquellos que duermen en la región del polvo, es decir, en la tierra, son, obviamente, los muertos –explicó Francisco–, y su despertar de la muerte no implica, necesariamente, un retorno a la vida: algunos despertarán en la vida eterna, pero otros lo harán en la vergüenza eterna”.
En este sentido, indicó que “la muerte hace definitiva la encrucijada que ya está ante nosotros aquí, en este mundo, hemos seguido: la senda de la vida, es decir, aquella que nos lleva a la comunión con Dios; y la senda de la muerte, aquella que nos lleva lejos de Él”.
“Esos muchos que resucitarán a la vida eterna deben entenderse como los muchos por los cuales se ha derramado la sangre de Cristo –subrayó–. Son la multitud que, gracias a la bondad misericordiosa de Dios, puede experimentar la realidad de la vida que no pasa, la victoria completa sobre la muerte por medio de la resurrección”.
“Jesús, en el Evangelio, refuerza nuestra esperanza cuando dice: ‘Yo soy el pan vivo que baja del cielo. Quien coma de este pan vivirá para siempre’. Son palabras que se refieren al sacrificio de Cristo en la Cruz. Él aceptó la muerte para salvar a los hombres que el Padre le ha confiado y que estaban muertos en la esclavitud del pecado. Jesús se hizo nuestro hermano y compartió nuestra condición hasta la muerte; con su amor destruyó el juego de la muerte y nos abrió la puerta de la vida”.
Por ello, “al nutrirnos de su cuerpo y su sangre nos unimos a su amor fiel que lleva en sí la esperanza de la victoria definitiva del bien sobre el mal, sobre el sufrimiento y sobre la muerte. Con la fuerza de este vínculo de la caridad de Cristo, sabemos que la comunión con los difuntos no es solo un deseo o un fruto de la imaginación, sino, que se vuelve real”.
Indicó que “la fe que profesamos en la resurrección nos lleva a ser hombres de esperanza y no de desesperación, hombres de la vida y no de la muerte, porque nos consuela la promesa de la vida eterna radicada en la unión a Cristo resucitado”.
“Esta esperanza, reavivada en nosotros por la Palabra de Dios, nos ayuda a asumir una actitud de confianza frente a la muerte: de hecho, Jesús nos ha demostrado que la muerte no tiene la última palabra, sino que el amor misericordioso del padre nos transfigura y nos hace vivir la comunión eterna con Él”, concluyó.
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