La Plaza de San Pedro quedó desbordada de peregrinos que acudieron a celebrar el Domingo de Ramos en una mañana primaveral. Este día se conmemora la entrada de Jesús en Jerusalén a lomo de un burro mientras era aclamado por las gentes.
La celebración presidida por el Papa Francisco comenzó a las 9,30 de la mañana. En el centro de la Plaza, donde está situado el famoso Obelisco, el Pontífice bendijo las palmas y los ramos de olivos y después dio comienzo la Misa, en la que se proclamó el Evangelio de la Pasión.
En la Plaza y alrededores muchos jóvenes escucharon las palabras del Santo Padre. Entre ellos, unos jóvenes que celebraban, como cada Domingo de Ramos, la XXX Jornada Mundial de la Juventud con el lema “Beatos los puros de corazón, porque verán a Dios”.
En su homilía, el Papa animó a seguir el camino de Jesús con humildad y a no renegar de Él, porque “el amor nos guiará y nos dará fuerza”.
“En el centro de esta celebración, que se presenta tan festiva, está la palabra que hemos escuchado en el himno de la Carta a los Filipenses: ‘Se humilló a sí mismo’”, dijo el Papa nada más comenzar su homilía.
Sobre esto, explicó que se trata de “la humillación de Jesús”, una palabra que “nos desvela el estilo de Dios y del cristiano: la humildad”.
Y sobre este ‘estilo’ destacó que “nunca dejará de sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios humilde” porque “humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades”.
El Santo Padre aclaró que esto ya se puede observar en el Libro del Éxodo cuando Dios escucha todas las murmuraciones del pueblo de Israel. Unas quejas que “estaban dirigidas contra Moisés, pero, en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los había sacado de la esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta la tierra de la libertad”.
Por eso, “en esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua, seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será ‘santa’ también para nosotros”.
A continuación, Francisco adelantó algunos de los acontecimientos de los que los fieles serán testigos al asistir estos próximos días a las celebraciones. “Veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como un malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y ultrajado”.
También “escucharemos cómo Pedro, la ‘roca’ de los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes, pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su condición de Rey e Hijo de Dios”.
Precisamente, “esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación”.
Volviendo a la actitud de Cristo, que tomó “la condición de siervo”, el Obispo de Roma aclaró que, “en efecto, la humildad quiere decir servicio, significa dejar espacio a Dios negándose a uno mismo, ‘despojándose’, como dice la Escritura”.
“Esta es la humillación más grande. Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito. Es la otra vía”, alertó el Papa.
“El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en el desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y, con él, también nosotros podemos vencer esta tentación, no solo en las grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la vida”.
Una de las propuestas para hacerlo fue que “nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con discapacidad. Pensemos también en la humillación de los que, por mantenerse fieles al Evangelio, son discriminados y sufren las consecuencias en su propia carne”.
Un ejemplo que también se puede ver en los perseguidos. “Pensemos en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de hoy: no reniegan de Jesús y soportan con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar de ‘una nube de testigos’”.